martes, 15 de marzo de 2011

...Días Animados!


Grandes tiempos para la animación corren por la cartelera patria. Aquellos que no van al cine a ver dibujitos porque hasta las películas Pixar les parecen demasiado "para niños", y les gustaría ver un tipo de animación en las pantallas más orientado hacia los adultos; los que prefirieron las neurosis de los personajes de Fantástico Mr. Fox, la psicodelia apocalíptica de The Wall, la crítica política de Persépolis o Vals con Bashir, o las paranoias de los personajes de Richard Linklater, tomen nota, no vayan a perderse dos auténticas revelaciones animadas. Y empecemos por el peculiar sheriff que llega a cierta aldea...


...con camisa hawaiana y debido a un accidente de tráfico. Rango, la película de un lagarto que a su pesar se encontrará cara a cara, literal y figuradamente (de esta frasecita se entera quien ha visto la peli, no se me ha ido todavía la cabeza), con el Espíritu del Oeste. Sí, lo sé, de héroes a su pesar están llenas las películas de animación más infantiles, pero también las más adultas, así que si tienen un poco de paciencia, explicaré lo que hace a Rango una película tan especial.

Y es que estamos ante una cinta que decide tomar un género tan poco agradecido en nuestros días como es el western, más en concreto, las convenciones del spaguetti western, mucho más reflexivo, pesimista, crepuscular y autoconsciente, y no crea una farsa barata ni se conforma con hacer un divertimento con buenos, malos, pistolas y gracias infantiles,  sino que a partir de todos los lugares comunes del género y de un humor surrealista que dejará perdidos en ocasiones a los más pequeños, le rinde el homenaje definitivo. Especialmente admirable es comprobar cómo los artífices de esta joya deciden en todo momento ir más allá y que lo que a ellos en verdad les importa es elaborar una reflexión sobre la soledad del justiciero, sobre la figura atormentada del llanero solitario, sobre lo que de verdad yace bajo una buena película del Oeste, demostrando que un género que parece obsoleto puede perfectamente seguir vigente en nuestros días, y haciéndolo siempre mediante un ingenio único, un ritmo ágil (a la vez que respeta las pausas meditativas de todo buen vaquero), una acción trepidante y muy bien desarrollada y una calidad animada fuera de serie.

La maravillosa animación merece un capítulo aparte. Porque si algo es Rango es desde luego una orgía visual de primer orden. Cada plano deja con la boca abierta y hace palidecer al anterior. Y cabe agradecer el resultado a que de nuevo (y esto empieza a ser habitual), quien esté tras las cámaras sea un director que se ha labrado su carrera en el cine de imagen real y que decide atreverse con la animación. Combinación que últimamente ha dado unos resultados visuales extraordinarios, acompañados de historias muy personales. Gracias a esta animación autoral, el género está ganando muchos enteros. Por otra parte, de nuevo una película de animación cuenta para su creación con la ayuda de un director de fotografía, y no uno cualquiera, sino el gran Roger Deakins, quien últimamente ha contribuido a que películas como Wall-E y Cómo entrenar a tu dragón sean las maravillas visuales que son. En este caso la iluminación y la paleta de colores usada es acertadísima, abarcando un sinfín de registros, desde los ocres y marrones polvorientos del desierto, a los rojizos y morados del crepúsculo, pasando por los azules nocturnos y la interminable gama cromática de la que hacen gala los exóticos animales que pueblan la película.

Y menudo zoo desatado nos encontramos en Rango. El diseño de personajes, tanto el visual, como el desarrollo psicológico de cada uno de ellos, está cuidado al detalle. Rango es una película muy coral, cuenta con un reparto espléndido en el que cada personaje tiene una motivación, una forma concreta de pensar, y por tanto obra en consecuencia a esa particular idiosincrasia La galería de personajes es inmensa, pero uno no se pierde, sino que la película queda enriquecida de tanta carismática presencia. Desde el alcalde del pueblo a las serpientes forajidas, pasando por los búhos mariachis que cuentan al espectador la historia de Rango, o cada uno de los aldeanos, el conjunto de personajes es simplemente maravilloso. A ello ayudan unas voces perfectas en la versión original que cuentan con Johnny Depp, Isla Fisher, Bill Nighy, Abigail Breslin o Alfred Molina.

Éste último presta su voz a un armadillo (uno de mis personajes favoritos), que hace su aparición en la película de forma muy macabra y es quien adentra a Rango en el Espíritu del Oeste, y al espectador en la clase de película que vamos a ver. Porque estamos ante una película de un humor sui generis, que no contentará a todos los paladares. Para disfrutar esta película en su plenitud hay que dejarse llevar por sus delirios, por su punto de locura y a la vez por la nostalgia de un tiempo perdido. A la vez hay que aceptar el surrealismo y la belleza de sus escenas oníricas como otra clase de realismo, el realismo de esta película. Así, las bromas son imprevisibles y a costa de cualquier blanco, de forma muy sutil, la mayor parte en boca de este lagarto que parece no enterarse muy bien de dónde está, de qué está haciendo y de lo que dice. Pero nosotros lo hacemos, lo disfrutamos y no lo olvidamos. No os perdáis Rango, sumergíos en la locura del Oeste.



Pero viajemos ahora del cálido desierto americano a la aún más cálida La Habana, donde Trueba, Mariscal y Bebo Valdés se han unido para contarnos la más apasionante historia de amor que se ha cantado en mucho tiempo: La historia de Chico y Rita.

No quiero repetirme con ideas ya expuestas más arriba, pero al igual que en Rango, esta película se beneficia de la frescura que da el que quienes estén tras las cámaras no solo no son animadores convencionales, sino que encima tienen universos propios. Por un lado tenemos a Trueba, cuya pasión por Cuba, su música y cultura es de sobras conocida y garantía de éxito artístico. Por otro lado está Mariscal, y su forma preciosa de crear mundos, de ver ciudades como nunca antes se habían visto y dotarlas del color que siempre habían tenido, pero añadiéndoles su magia. Y finalmente, el prodigioso Bebo Valdés, cuya música hipnotiza ya en sus primeros e inconfundibles acordes, por lo que nadie mejor que él para guiarnos por el panorama musical de la América del siglo pasado, captando la sensualidad  de la canción cubana y el auge del jazz estadounidense.

Así, por un lado gracias al arte de Mariscal y la dirección de Trueba, la animación es sencillamente espectacular, auténticas pinturas del artista en movimiento. Mariscal contrasta la calidez y sensorialidad de La Habana con el bullicio neoyorkino, con el magnetismo de sus neones y la frialdad de sus calles. Tan pronto nos seduce con el movimiento de un vestido al bailar y de unas partituras cayendo de la cama en un erótico y ya mítico encuentro sexual, como nos conmueve con solitarios paseos entre copos de nieve o nos mete de lleno en un rodaje hollywoodiense, siempre cuidando el color, la luz, las expresiones de los personajes, que por otra parte se ven frenadas por las propias limitaciones del tipo de imitación.  Sin poder evitar caer en la cursilería que provoca el entusiasmo, contemplar esta película, sus imágenes en movimiento, es algo mágico, cada fotograma es un estallido de color que nos deslumbra, y que nos convierte en privilegiados ante la presencia de tanta belleza que nos solo nos provoca admiración, sino que en su sencillez capta la emoción pura, la visceralidad y pasiones de sus personajes, las vibraciones de su música.

Porque cuando no solo ves, sino que también oyes, entonces la experiencia adquiere toques místicos: la música de la película es su principal motor. Es más, su música, sus canciones son la película. La composición de "Lily" es ya algo inolvidable para quien ha visto la película, sus piezas musicales nos acompañan mucho más lejos de la sala de cine y se quedan con nosotros, no nos sueltan impidiendo que olvidemos la apasionada historia de amor y desamor de sus protagonistas. Además, Bebo cuenta con una excusa de auténtico lujo para recrearse en la música dando lo mejor de sí mismo: él es nuestro guía por la América de Charlie Parker, Chano Pozo, Gillespie, Thelonius Monk o Nat King Cole; así como la genial escena en la que Rita canta a Cole Porter en el rodaje de la película que la llevará a la fama. Pero el mejor ejemplo de la fusión música-imagen tiene lugar en la que probablemente sea la mejor escena de la película, durante la pesadilla de Chico imaginando a Nueva York y cómo la ciudad en sus múltiples formas y variaciones musicales le arrebata a Rita.

Pero todo esto no pasaría de ser un festín audiovisual (lo que ya de por sí no estaría mal) si no hubiera una sólida historia detrás, sustentando todo el embrujo orquestado por estos tres magos. Y no nos engañemos, la historia la hemos visto muchas veces, pero donde podría haber primado el deja vu o la previsibilidad de un argumento sencillo, lo que prevalece es una historia de amor clásica, de las de antes, de esas que eran más grandes que una vida, que se alargaban en el tiempo y en el espacio, a través de los años y de numerosos países, una historia de amor épica, en definitiva. Y así es este Chico y Rita, monumental y apasionada, sensual, conmovedora hasta la lágrima, contada desde el corazón y las tripas y sobre todo desde la preciosa voz de los amantes artistas. El espectador queda atrapado por su amor y les sigue, deseando solo que sean felices después de tanto luchar por conseguirlo.  Y esto es lo que hace que estemos ante la obra maestra animada que es este Chico y Rita. El testimonio histórico de toda una época. La carta de amor definitiva a un país, a un tiempo y a una música. Pero sobre todo una oda al buen cine.


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