There must be something chemical (Chemical in your brain)

Todos hemos oído ya la historia de Aaron Ralston durante los meses precedentes al estreno de la película, todos sabemos que era la historia de "el chico que se cortó el brazo para liberarse de la roca que lo dejó ahí inmóvil". Pero ¿quién era ese chico? Danny Boyle nos lo presenta como un tipo que, como el propio Boyle, debe tener algo químico en el cerebro: y esa adicción del Ralston de Boyle es, y perdónenme si rozo la cursilería, la vida. Adicción por el más difícil todavía, por descubrir nuevos lugares, tener nuevas aventuras, por vivir algo diferente... Es alguien que exprime cada segundo como si fuera el último, si se cae de la bici, necesita inmortalizar el momento en una foto. Pues bien, como reza la frase promocional de la película, en la experiencia que va a vivir ahora "cada segundo cuenta". En cuanto Aaron Ralston se queda atrapado entre la roca y la montaña, da inicio una carrera a contrarreloj en la que no se mueve nada más que el tiempo, y este lo hace muy despacio... Pero lo hace, y cada segundo que pasa es un segundo menos que le queda a nuestro protagonista para tomar una decisión.

Película que, precisamente por contarla quien la cuenta y contarla sobre quien la cuenta, está llena de instantes de humor negro, de momentos melancólicos, de multitud de excesos visuales y narrativos, pero sobre todo, no lo olvidemos, de situaciones de auténtica lucha por la suprevivencia, un hombre contra los elementos. La creación de espacios, la mayoría de ellos en estudio, es sublime, el aspecto eminentemente natural de la película nos atrae, nos resulta sexy como le resulta a Aaron. La naturaleza desértica, con sus intrincados desfiladeros y lagunas ocultas es un misterio que deseamos descubrir con Aaron, las chicas que se encuentra por el camino, antes del fatídico accidente, no dejamos de ser nosotros, fascinados por el arrollador encanto del misterioso desconocido que se recorre las montañas como si fueran su parque temático y extasiados por esa naturaleza recién descubierta, y que a su vez establece una compleja e indescifrable relación con nosotros, meros humanos.

Pero hay algo que para ningún paladar en correcto uso de sus facultades debe resultar desagradable. Y ese algo es sin duda James Franco, capaz captar la esencia de locura que invade al personaje con convicción y sobre todo, entregándose a esa situación límite con arrojo y una emoción honesta, a flor de piel, genuina. Su creación es conmovedora, derrochante de carisma y humanidad, y de esa devoción a la vida casi lujuriosa. Franco resulta todos los adjetivos usados a lo largo de este análisis (salvaje, rebelde, emotivo, sexy, loco como una cabra, lleno de miedo...), sin moverse de su roca pero llenándonos a nosotros con su energía y pasión. Paradójico que su agotador espíritu no moviera a la roca. Durante la hora y media de metraje transmite una infinidad de emociones, muchas veces de forma simultánea y siempre con resultados catárticos en la platea. Nos reímos de todas sus gracias, nos compadecemos de su deseperación, nos agotamos con él, lloramos con él, y él nos hace amar la vida y querer aprovechar cada instante. James Franco se adueña de nosotros.
Y por supuesto, cuando se corta el brazo lo hacemos con él. Porque en esta película experimentamos el dolor que provoca esa adicción vital, y la escena que todos esperamos llega y lo hace en forma de auténtico cine, y fiel al espíritu de la película, es sangrienta, explícita, llamando a las cosas por su nombre, y no por ello pierde un ápice de su potencia dramática, ni pierde el carácter liberador de ese momento, haciendo patente que se trata de la decisión de un hombre por seguir con su vida. Y pocas cosas pueden resultar más emocionantes. Se hace mucha alusión al destino, como he dicho anteriormente, a cómo cada paso que Aaron ha dado en su vida parecía dirigido a encontrarse con esa roca y a que llegara ese momento. Me encanta que se metan en ese jardín, casi místico, por lo debatible y comentable del mismo, y yo creo que sí, poco a poco Aaron Ralston se fue acercando al que sin duda fue el momento que cambió su vida, sus pasos lo guiaban allí, a encontrarse con la roca, y obligarse a parar, para enfrentarse a aquello que adora, pero que no deja de temer: la vida en todas sus consecuencias, y con todas sus personas.
Enfrentamiento que Boyle dirige por momentos con mucha efectividad, con una histeria que acaba resultando uno de los principales encantos de la película, apoyada siempre por una fotografía espectacular y personalísima(magníficos Anthony Dod Mantle y Enrique Chediack), usando unos colores apabullantes; pero también con trampas o lugares vistos infinitas veces: los flashbacks de rigor, alucinógenos momentos que no sabemos si pertenecen al pasado, al futuro o son solo un presente adulterado... A ello cabe añadir una banda sonora carente de entidad propia, muy propensa al subrayado para despistados, siendo más acertada la soberbia selección de canciones, mucho más representativa del espíritu de la película; y el afán de Boyle por atraer a las masas, para lo que juega su baza de moderno rebelde, que si bien en este caso funciona casi desde la autoparodia del personaje, a veces resulta un tanto impostada. No obstante, la película es un precioso canto a la vida, una oda a los misterios de la naturaleza y del destino, un retrato de una personalidad, del genio y los delirios de los auténticos rebeldes de nuestros tiempos. De aquellos que de ese algo químico en nuestro cerebro que nos diferencia de los animales, hacen su religión.
127 Horas está nominada a Mejor Película, Mejor Guión Adaptado, Mejor Montaje, Mejor Banda Sonora Original, Mejor Canción y...
Mejor actor para el grande, grandísimo James Franco. No os la perdáis, la película garantiza no dejar indiferente a nadie.
Never Gonna Get Enough
Never Gonna Take Too Much
Never Gonna Say Told You So