jueves, 24 de febrero de 2011

... Nominee Nº 4. 127 Hours!

 Títulos de presentación. Comienza a sonar Never Hear Surf Music de Free Blood:

There must be something chemical (Chemical in your brain)


Y comienza la función: pantallas partidas por doquier que nos dejan ver multitud de escenas... multitudinarias, San Fermines incluidos, y la cámara no para quieta mientras Free Blood sigue animándonos a que lo cojamos si nos hace tontos, si nos hace corrernos, si nos hace olvidar versos o si nos hace sentir perfectos... Desde luego la canción no podría ir más acorde con la naturaleza de la película, pero de eso nos ocuparemos más adelante. Lo que es la canción introductoria es una auténtica declaración de intenciones y una advertencia para el espectador: los títulos de crédito son un "lo tomas o lo dejas". La película desde luego no va a arrepentirse después de allá adonde va. El que avisa no es traidor. Y sí, si permaneces frente a la pantalla lo que observarás será un adrenalítico y delirante viaje al momento decisivo en la vida de una persona, a ese punto de inflexión que a todos nos espera en esta vida de una forma u otra. Ese punto de inflexión, en la vida de Aaron Ralston tenía forma de roca. De una roca aprisionando su brazo, para ser exactos.

Todos hemos oído ya la historia de Aaron Ralston durante los meses precedentes al estreno de la película, todos sabemos que era la historia de "el chico que se cortó el brazo para liberarse de la roca que lo dejó ahí inmóvil". Pero ¿quién era ese chico? Danny Boyle nos lo presenta como un tipo que, como el propio Boyle, debe tener algo químico en el cerebro: y esa adicción del Ralston de Boyle es, y perdónenme si rozo la cursilería, la vida. Adicción por el más difícil todavía, por descubrir nuevos lugares, tener nuevas aventuras, por vivir algo diferente... Es alguien que exprime cada segundo como si fuera el último, si se cae de la bici, necesita inmortalizar el momento en una foto. Pues bien, como reza la frase promocional de la película, en la experiencia que va a vivir ahora "cada segundo cuenta".  En cuanto Aaron Ralston se queda atrapado entre la roca y la montaña, da inicio una carrera a contrarreloj en la que no se mueve nada más que el tiempo, y este lo hace muy despacio... Pero lo hace, y cada segundo que pasa es un segundo menos que le queda a nuestro protagonista para tomar una decisión.


¿Y qué decisión ha optado Danny Boyle para reflejar esta peculiar carrera en pantalla grande? Pues filmarla como una auténtica carrera, pero no una carrera cualquiera, sino la carrera de Aaron Ralston, es decir: aventurera, salvaje, cachonda, desbordada de locura, ridícula algunas veces, tomándose demasiado en serio otras, y profundamente emotiva y filosófica en su conclusión. Pero siempre derrochando esa adicción por la vida, esa energía que transmite el entusiasmo de para quien nada es demasiado ni suficiente. Alguien como Danny Boyle. Alguien como Aaron Ralston (o al menos, el Aaron Ralston de Boyle). El objetivo de la cámara pasa a ser los ojos del espectador, y en este caso, los ojos del espectador pasan a ser los de Ralston. Si quien está viendo la película no se siente cómodo en su nueva piel, no llegará a disfrutar la película en su plenitud.

Película que, precisamente por contarla quien la cuenta y contarla sobre quien la cuenta, está llena de instantes de humor negro, de momentos melancólicos, de multitud de excesos visuales y narrativos, pero sobre todo, no lo olvidemos, de situaciones de auténtica lucha por la suprevivencia, un hombre contra los elementos. La creación de espacios, la mayoría de ellos en estudio, es sublime, el aspecto eminentemente natural de la película nos atrae, nos resulta sexy como le resulta a Aaron. La naturaleza desértica, con sus intrincados desfiladeros y lagunas ocultas es un misterio que deseamos descubrir con Aaron, las chicas que se encuentra por el camino, antes del fatídico accidente, no dejamos de ser nosotros, fascinados por el arrollador encanto del misterioso desconocido que se recorre las montañas como si fueran su parque temático y extasiados por esa naturaleza recién descubierta, y que a su vez establece una compleja e indescifrable relación con nosotros, meros humanos.


Porque, y en este plano la película resulta muy interesante, la obra de Boyle no deja de ser, como lo fue a su manera la fallida La Playa, una plasmación del continuo enfrentamiento Hombre-Naturaleza, cuando nos creemos capaces de todo, llegó la roca en el desierto de Utah. Y si la naturaleza no quiere moverse, el hombre no la mueve. Un nuevo ejemplo de paraísos inconquistables por parte de un director que nos llevó a la multitudinaria India y al inmenso espacio en sus trabajos anteriores, para ahora retomar la influencia del destino en nuestras vidas de la primera y la locura que supone el aislamiento y los delirios de grandeza del hombre que nos contaba la segunda. Todo ello enmarcado de nuevo en el exotismo que se ha convertido en marca registrada del director. Porque sí, el espacio siempre es importante en la obra de Boyle, que nunca tendrá término medio, ya sea la nada (Sunshine, 28 días después, La Playa...) o el todo (esencialmente Slumdog Millionaire, en parte también 28 días después). En este caso, el paraje, desértico, nos acerca más a los primeros ejemplos, pero hay algo en 127 Horas de aquellos chicos que corrían por las calles de Edimburgo en Trainspotting, esa energía, esa sensación de rebeldía, ese inconformismo con la vida. Pero si en la película con Ewan Macgregor primaba el desencanto de los protagonistas, en ésta nuestro héroe es más luminoso, pero como sus predecesores, el necesita más, y necesita ir más deprisa, y vivir más rápido, y llegar más lejos. Así que el punto de outsider, de rebelde, ese espíritu de jugar a ser Dios que puede que sea el denominador común de los "personajes Boyle", Ralston los tiene también. Porque solo un personaje Boyle, cuya premisa es la aceleración crónica, pasa en escasos minutos de metraje de imaginarse un Sooby Doo gigante a plantearse si la masturbación en esas circunstancias es apropiada; de llorar de arrepentimiento pensando en su madre a entrevistarse a sí mismo. Y por ello en este caso, toda la "modernez" que tiene la película, un servidor se la disculpa porque es modernez de la que sale del corazón del protagonista: muy fresca, frenética, que a veces llega a resultar sonrojante de lo excesiva, de lo gratuita incluso. Pero es que Ralston también es así, no necesita un motivo, o mejor dicho, no necesita dárnoslo, es algo que le sale de dentro. Y por ello, como no nos lo va a explicar, si lo aceptamos bien, y si no, pues tendremos que apartar la mirada nosotros, porque ellos no se van a bajar del tren. Así, la película, para muchos paladares, y puede que desde un punto de vista objetivo, está sobredirigida, sobremontada, sobrefotografiada, y con una música sobrecompuesta. Pero su compromiso es de alabar, su locura es de aplauso.


Pero hay algo que para ningún paladar en correcto uso de sus facultades debe resultar desagradable. Y ese algo es sin duda James Franco, capaz captar la esencia de locura que invade al personaje con convicción y sobre todo, entregándose a esa situación límite con arrojo y una emoción honesta, a flor de piel, genuina. Su creación es conmovedora, derrochante de carisma y humanidad, y de esa devoción a la vida casi lujuriosa. Franco resulta todos los adjetivos usados a lo largo de este análisis (salvaje, rebelde, emotivo, sexy, loco como una cabra, lleno de miedo...), sin moverse de su roca pero llenándonos a nosotros con su energía y pasión. Paradójico que su agotador espíritu no moviera a la roca. Durante la hora y media de metraje transmite una infinidad de emociones, muchas veces de forma simultánea y siempre con resultados catárticos en la platea. Nos reímos de todas sus gracias, nos compadecemos de su deseperación, nos agotamos con él, lloramos con él, y él nos hace amar la vida y querer aprovechar cada instante. James Franco se adueña de nosotros.


Y por supuesto, cuando se corta el brazo lo hacemos con él. Porque en esta película experimentamos el dolor que provoca esa adicción vital, y la escena que todos esperamos llega y lo hace en forma de auténtico cine, y fiel al espíritu de la película, es sangrienta, explícita, llamando a las cosas por su nombre, y no por ello pierde un ápice de su potencia dramática, ni pierde el carácter liberador de ese momento, haciendo patente que se trata de la decisión de un hombre por seguir con su vida. Y pocas cosas pueden resultar más emocionantes. Se hace mucha alusión al destino, como he dicho anteriormente, a cómo cada paso que Aaron ha dado en su vida parecía dirigido a encontrarse con esa roca y a que llegara ese momento. Me encanta que se metan en ese jardín, casi místico, por lo debatible y comentable del mismo, y yo creo que sí, poco a poco Aaron Ralston se fue acercando al que sin duda fue el momento que cambió su vida, sus pasos lo guiaban allí, a encontrarse con la roca, y obligarse a parar, para enfrentarse a aquello que adora, pero que no deja de temer: la vida en todas sus consecuencias, y con todas sus personas.


Enfrentamiento que Boyle dirige por momentos con mucha efectividad, con una histeria que acaba resultando uno de los principales encantos de la película, apoyada siempre por una fotografía espectacular y personalísima(magníficos Anthony Dod Mantle y Enrique Chediack), usando unos colores apabullantes; pero también con trampas o lugares vistos infinitas veces: los flashbacks de rigor, alucinógenos momentos que no sabemos si pertenecen al pasado, al futuro o son solo un presente adulterado... A ello cabe añadir una banda sonora carente de entidad propia, muy propensa al subrayado para despistados, siendo más acertada la soberbia selección de canciones, mucho más representativa del espíritu de la película; y el afán de Boyle por atraer a las masas, para lo que juega su baza de moderno rebelde, que si bien en este caso funciona casi desde la autoparodia del personaje, a veces resulta un tanto impostada. No obstante, la película es un precioso canto a la vida, una oda a los misterios de la naturaleza y del destino, un retrato de una personalidad, del genio y los delirios de los auténticos rebeldes de nuestros tiempos. De aquellos que de ese algo químico en nuestro cerebro que nos diferencia de los animales, hacen su religión.

127 Horas está nominada a Mejor Película, Mejor Guión Adaptado, Mejor Montaje, Mejor Banda Sonora Original, Mejor Canción y...



Mejor actor para el grande, grandísimo James Franco. No os la perdáis, la película garantiza no dejar indiferente a nadie.

Never Gonna Get Enough
Never Gonna Take Too Much
Never Gonna Say Told You So

1 comentario:

  1. ¡¡Escribes tan chachi que haces que dude si la película está tan llena de fallos como creo recordar!!

    ¿No te parece que esta película es la auténtica "peli sobre Facebook" del año?

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